Por Esther Rivera
Terapeuta ocupacional
Cuando hablamos de la vejez pensamos en una persona que ya está físicamente con limitaciones, que le dificulta valerse por ella misma. Se incluye la dificultad cognitiva donde se entiende que esta perdiendo la capacidad de tomar decisiones, y su juicio se encuentra limitado. La familia, allegados y cuidadores se preocupan por el bienestar del adulto mayor en cuanto a su seguridad y de las actividades de cuidado propio, sociales y cognitivas.
La terapia ocupacional en el adulto mayor aborda el envejecimiento desde las perspectivas de la autonomía, la actividad y el bienestar. Es una disciplina que ayuda afrontar y manejar esos problemas físicos, cognitivos, psicológicos y emocionales vinculados o que se surgen con la tercera edad.
Los servicios de terapia ocupacional van dirigidos a mejorar la funcionalidad e independencia en las actividades del diario, entiéndase el que pueda realizar las tareas y/o colaborar activamente en su cuidado propio, las habilidades motoras, los patrones de desempeño en cuanto a sus hábitos y actitudes en su vida diaria. Esta disciplina ayuda a prevenir posibles lesiones físicas mediante ejercicios articulares y musculares o ejercicios para no sobrecargar las articulaciones, la realización de transferencias como por ejemplo sentarse o levantarse de la silla o de la cama.
La terapia ocupacional también se ocupa de realizar cernimientos del entorno del paciente para identificar barreras arquitectónicas y sugerencias de cómo hacer que los espacios sean accesibles de acuerdo con las necesidades del adulto mayor.
Este profesional recomienda equipo de adaptación o equipo médico que promuevan funcionalidad en el paciente. También educa al paciente y a sus cuidadores sobre el seguimiento en su diario vivir y de lo trabajado en el proceso terapéutico para mejorar su potencial de rehabilitación y por consiguiente su calidad de vida.
El especialista en terapia ocupacional evalúa al adulto mayor que presente diagnósticos de alzheimer, demencia senil, artritis, fractura de cadera por caídas o reemplazo de cadera y/o rodilla por artritis, debilidad muscular generalizada, Parkinson, accidentes cerebrovasculares, condiciones neurológicas, entre otras.
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