Lisboa (EFE) – Hace veinte años una persona moría diariamente en Portugal por sobredosis. La heroína, el diablo que se metió en prácticamente todas las familias lusas, ha dado paso al alcohol como principal preocupación, tras una política en la que el país fue pionero y que cambió las reglas: la despenalización.
La medida cumple este año la “mayoría de edad” con excelentes resultados a partir de un giro novedoso en el inicio del milenio, cambiar la ley para que el consumo de drogas dejase de ser penado con cárcel y pasara a ser una sanción administrativa.
Era una medida que buscaba frenar la epidemia que arrasaba Portugal, donde “era prácticamente imposible encontrar a una familia portuguesa que no tuviera problemas relacionados con las drogas”, cuenta en entrevista con Efe João Goulão, el director del Servicio de Intervención en los Comportamientos Adictivos y las Dependencias (SICAD), que coordina la lucha contra la drogadicción.
Goulão tiene un modesto despacho repleto de fotografías de líderes internacionales que han querido que les explique el secreto de la receta lusa en aquellos años oscuros, que este médico de formación conoció de primera mano en la calle y recuerda bien.
“En los peores años teníamos una muerte por sobredosis al día”, afirma, sobre todo resultado de la heroína, que arrasó el país tras la Revolución de los Claveles de 1974 que acabó con la dictadura e hizo estallar la burbuja que rodeaba al país. De golpe, llegaron todas las sustancias prohibidas.
“Mientras que otros países aprendieron a lidiar paulatinamente con las drogas, nosotros no tuvimos tiempo. Cuando nos dimos cuenta había una enorme cantidad de personas con problemas, sobre todo heroína”, subraya.
Una de las anécdotas más esparcidas para ilustrar aquella época, cuando el número de adictos no conseguía disminuir en el sistema de condenas de cárcel por consumo, apunta a un Consejo de Ministros en el que todos los ministros admitieron conocer a alguien con problemas de drogadicción.
La unanimidad, convertida en abrumadora muestra (¿si ésa era la situación de la elite, cómo estaba el conjunto de la sociedad?), convenció al entonces primer ministro, el socialista António Guterres -hoy secretario general de Naciones Unidas-, para acometer la despenalización.
Portugal fue entonces “pionero”, destaca Goulão, no solo por pasar a considerar falta administrativa el consumo, sino también porque ello estuvo acompañado “por la instalación de un modelo de atención integrada, desde prevención a tratamiento y reinserción social”.
Dicho de otro modo, la drogadicción pasó a ser un problema de salud pública, no ya de Justicia e Interior, un modelo que ha pasado a ser imitado porque tiene la ventaja extra de permitir que los agentes se concentren en combatir a las mafias del tráfico.
“Hay un movimiento que yo diría generalizado de trasladar el foco en los países desde la Justicia e Interior hacia la Salud. Estamos tratando sobre todo de cuestiones relacionadas con la salud de los ciudadanos. Ésa es una influencia clara que hemos ejercido sobre otros países europeos”, comenta.
Los números le avalan. Desde 2001, cuando entró en vigor la despenalización, las muertes diarias por sobredosis se han reducido a 38 en todo 2017, también el contagio del VIH, y los 100,000 usuarios de heroína inyectada que se contaban entonces han bajado a la mitad.
Una evolución que ha llevado incluso a crear dos “salas de consumo asistido”, que se espera abran en Lisboa este año, y una tercera convertida en “unidad móvil”.
Controlar el problema de la heroína llevó a descubrir otros dramas enterrados: cannabis y cocaína, que fue subiendo, dice este experto, que señala ahora como principal peligro el alcohol.
“Somos un país de bebedores, de productores de vino. Hay una enorme complacencia social relativamente al consumo de alcohol”, expone.
Es uno de los factores que explica que Portugal haya registrado en 2017 la cifra más elevada de muertes en accidente de tráfico relacionados con el alcohol en los últimos cinco años. Ese año murieron 170 personas en las vías del país.
“Sigue habiendo ciudadanos que conducen a pesar de haber consumido alcohol en cantidades apreciables”, sostiene.
Mientras, el cannabis es la sustancia ilícita más consumida “de lejos” en el país, donde algo más de la mitad de los nuevos casos que acuden al Estado pidiendo ayuda lo hacen por este consumo; la situación es paralela a la legalización del cannabis medicinal, que puede adquirirse en farmacia con receta médica.
“Es complicado pasar el mensaje de que el cannabis no es inocuo cuando en simultáneo hay iniciativas para defender el cannabis terapéutico”, admite Goulão, que considera que hay una “relativa perplejidad” en la sociedad sobre este asunto.
La experiencia portuguesa será una de las protagonistas de la Conferencia Internacional de Reducción de Daños 2019 (HR19 por sus siglas en inglés), que reunirá a expertos de todo el mundo entre los próximos días 28 de abril y 1 de mayo en Oporto.